'Gang Bang' resulta pólvora mojada


Quien buscara anoche sentirse escandalizado durante el estreno de Gang Bang (obert fins a l'hora de l'Àngelus), la obra que llegaba rodeada de polémica y expectación al Teatre Nacional de Catalunya (TNC), habrá quedado muy probablemente decepcionado (aunque nunca hay que menospreciar la capacidad de ofenderse de algunos). Quien esperara gran teatro, ¡ay!, también. El cacareado (y, ¡uuuuu!, temido) espectáculo resultó ser un montaje demasiado largo (dos horas), con momentos divertidos -punteados desde el público anoche por la inconfundible risa de Xavier Albertí-, alguna escena impactante (como la caída en el escenario de un pináculo de la Sagrada Familia), interpretaciones destacables (Oriol Genís y Àngels Poch) y una cargante deriva hacia la verborrea y el melodrama. Carente, en todo caso, de la mordacidad, sátira y mala leche que podían haber hecho esperar el planteamiento (una concurrida velada en un bar de sexo gay duro la víspera de la reciente visita del Papa) y toda la polvareda levantada. Vamos que no estamos ante Genet, ni siquiera ante Boadella. Visto lo visto, resultan ridículos tanto revuelo, la alarma de grupos cristianos, la intervención del consejero Mascarell y demás mandangas.

En el escenario, mucho tío en calzoncillos, cueros o suspensorios -Oriol Genís se pasa la representación enseñando las nalgas-, aunque salen más en el Espartaco de la Cuatro, unas cuantas felaciones, esnifadas de popper (la droga, no el filósofo) y una escena en la que tres tipos se le orinan encima a Genís mientras este canta, en rápida sucesión, Cara al sol, Rosa d'abril y, ¡anatema!, el himno del Barça. Entre los momentos más celebrados por un público que al final aplaudió aunque desde luego no a rabiar, aquel en el que al mostrar lo que han olvidado los clientes aparecen un cáliz y una Creu de Sant Jordi.

La visita del Santo Padre planea como telón de fondo -la dueña del local comunica la anormal afluencia al mismo de sacerdotes y legionarios de Cristo, y un tipo desnudo envuelto en una bandera vaticana se desploma de un taburete gritando: "¡La juventud con el Papa!"-. Pero lo más relevante son las historias entrecruzadas de los clientes (entre ellos dos altos cargos de partidos políticos rivales), de un padre que busca a su hijo y de la propia dueña. Entre los personajes, también un joven que ha decidido entregarse sexualmente a todos los que lo deseen -hay cola- como curiosa vía de ascesis (viste ropa de deporte del Sagrado Corazón), una simpática catequista drogada que recala en el local y el viejo padre de la dueña, el cual se pasea en bata y con una paloma. Habrá quien vea en el ave al Espíritu Santo, y ya la tenemos otra vez liada.

Fuente: Jacinto Antón (www.elpais.com)

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