Despertar de un ser humano


Silvia Marsó y Roberto Álvarez son los protagonistas de Casa de muñecas, la obra maestra de Henrik Ibsen, que se presenta desde ayer en el teatro Fernán-Gómez de Madrid después de una exhaustiva gira por toda España. Amelia Ochandiano dirige la función, en la que también intervienen Rosa Manteiga, Pedro Miguel Martínez y Pep Munné, entre otros.

Estrenada en 1879, Casa de muñecas es uno de los textos imprescindibles de la historia del teatro universal, y sus protagonistas, Nora y Helmer, dos de los personajes más soñados y estudiados. «En todas las escuelas de Arte Dramático —dice Silvia Marsó— hay un momento en el que tienes que enfrentarte a Nora». Helmer, añade Álvarez, «está también en la idiosincrasia de cualquier actor».

De Nora dice Silvia Marsó que «actúa en tres niveles, y el trabajo para descifrar el texto es arduo, difícil y que exige mucha implicación por parte de la actriz. El primer nivel sería el comportamiento que ella ha adquirido por su educación, una muñeca, una mujer-objeto frágil, delicada y hermosa; esa es la visión que tiene el público en un primer momento. Luego está toda la trama que ella oculta porque es algo peligroso que puede llevarle a la ruina a ella y a su familia; ahí demuestra su verdadera esencia de mujer luchadora, arriesgada y generosa. Y el estrato más subterráneo es el descubrimiento por parte de Nora de la verdad de su vida y de su ser, que ella niega, engañándose a sí mismo. Todo junto es un verdadero cóctel molotov para cualquier actriz».

El final —el portazo de Nora— de Casa de muñecas es un momento casi mítico. «Una compañera nos dijo hace unos días tras la función —cuenta Roberto Álvarez— que le gustaba nuestra visión del final porque él se volvía vulnerable y ella mujer. Eso sintetiza muy bien el carácter de los dos personajes. Helmer, efectivamente, evoluciona hacia cierta vulnerabilidad, sucede durante un instante, El autoritarismo y el dogmatismo machista esconde, cuando está llevado al extremo, una enorme debilidad de carácter. En nuestro montaje está expresada a través de un hombre iracundo»,

Han pasado ciento veinte años desde el estreno de Casa de muñecas, una obra que lleva a escena los cambios en el modelo de sociedad de la época. «Amelia —dice Silvia Marsó— ha hecho una versión muy directa, ha sabido encontrar la esencia de la obra, y la interpretación es también muy directa; todo lo que le pasa a Nora es muy reconocible. Durante la gira ha venido gente al camerino a decirme que no podía resistir lo que decía mi personaje, especialmente en su transformación final. Es una obra universal, y pasarán los siglos y lo seguirá siendo, porque Ibsen muestra el despertar de un ser humano sometido por una sociedad patriarcal, por un hombre, por una educación y una moral. Y ella se enfrenta a todo. Salir de un entorno que te anula es algo totalmente actual y vigente. La obra no habla solo de feminismo, va más allá».

La universalidad de Ibsen (autor noruego) hace innecesaria una adaptación del texto al carácter mediterráneo. «Su poesía —explica Roberto Álvarez— es ancha, profunda, sutil, y cuesta trabajo llegar a toda la expresión de su emoción; esa puede ser una de las diferencias, porque nuestra poesía es otra. Pasa igual que en el teatro ruso, con sentimientos íntimos, profundos. Pero aunque sea una poesái más fría, más intelectual, los mensajes son universales».

Fuente: Julio Bravo (www.abc.es)

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