El paraíso costra


¿Se imagina poder elegir entre 1.120 espectáculos programados durante apenas tres semanas en 116 espacios de una ciudad de menos de 100.000 habitantes? Esa especie de Babilonia escénica se llama Festival Off y viene tomando al asalto las calles de Aviñón desde que, en 1963, André Benedetto, Gérard Gélas, Alain Léonard y otros lo pusieron en marcha como complemento al Festival Internacional de Teatro, que llevaba apenas 16 ediciones y pasó a llamarse familiarmente a partir de entonces el festival In.

Si el In se ha celebrado tradicionalmente dentro de la ciudad histórica, el Off nació con cierta vocación de certamen cultural extramuros, aunque su desmedido crecimiento le ha llevado a aprovechar hoy en día cualquier local vacío donde pueda interpretarse una escena o realizarse un monólogo, dentro o fuera del recinto amurallado. El caso es crear una oferta multidisciplinar a través de una red de lugares que funciona y te atrapa casi como una tela de araña. Uno no puede darse un garbeo por Aviñón sin tropezarse con el dichoso Off en cada esquina.

Si el In se limita a este año a 35 obras y atrajo el 2012 a 112.000 espectadores, el Off supera el millar de propuestas y logra que desfilen por la Ciudad de los Papas casi un millón y medio de aficionados y curiosos.

Si el In comienza el 6 de julio y termina el 26, el Off le cede el protagonismo inicial, arrancando dos días más tarde, pero prolonga su temporada hasta el 31 de julio para regocijo del público tardío, de los decepcionados con la programación oficial o de aquellos que siempre se quedan con hambre.

Si el In tiene una férrea dirección artística, dependiente del Ministerio de Cultura –el próximo director será Olivier Py, tras su salida del parisino Théâtre de l’Odéon, en una controvertida decisión política que no ha gustado nada aquí–, el Off deja libertad absoluta a cada sala o a cada compañía para subir el telón cuando y cómo les plazca. Todo vale.

Si el In se toma tan en serio que no reprograma jamás una obra de la edición anterior, por mucho éxito que esta tuviera, el Off apuesta decididamente por hacer caja y no tiene nada contra las reposiciones. Es más, las fomenta. Algunas éxitos infalibles que vuelven este año: Motobécane, Le gorille, Striptease, Un homme debout o L'étoile de Poubo.

Mejor, retabilidad

Por concluir la compatativa, según un estudio realizado por Avignon Festival & Cies, la asociación sin ánimo de lucro que organiza el evento alternativo, tan sólo el 7% de los grupos teatrales que participan en el Off logra rentabilizar económicamente su estancia en Provenza. La rentabilidad artística es otra cosa. Y por eso la mayoría de artistas y compañías repiten cada temporada.

Uno se los cruza por las estrechas callejas de la ciudad amurallada, repartiendo pasquines de su obra o bien representando una breve escena en cualquier plaza pública donde los taberneros locales hayan instalado un puñado de mesas al aire libre y de sombrillas. La promoción directa de las obras del Off es vital porque el catálogo tiene 396 páginas y a ver quién es el listo que se lo estudia a conciencia.

Además del boca a oreja, las salas inundan literalmente el casco histórico de carteles. Como está prohibido pegarlos, los cuelgan de farolas, ventanas y vallas, por medio de alambres o cuerdas de tender la ropa, como en un rastrillo improvisado.

¿Y qué se puede ver en este festival de serie B? Pues de todo, oiga. Hay teatro clásico (Antigona, Cyrano, Molière), circo, payasos, monólogos humorísticos, ballet, cuentacuentos, drama histórico (Danton y Robespierre, Montaigne), magia, lecturas dramatizadas, marionetas, mogollón de musicales (que fluctúan entre el pop anglosajón y los guiños a la 'chanson' francesa: Brel, Gaisnbourg, etc), algo de drama contemporáneo y, sobre todo, muchísima comedia pegada a la actualidad.

Aunque este doble acontecimiento se desarrolle a lo largo de julio, lo cierto es que los comerciantes autóctonos hacen su agosto. No hay localito vacío que no abra sus puertas durante estas semanas para ofrecer improvisados menús vegetarianos, masajes tai chi, bollería ecológica, infusiones relajantes y demás subproductos de la esfera 'new age'.

¡Cómo! ¿Aviñón lleno de 'jipiflautas'? Pues un poco sí, para qué nos vamos a engañar. Con sus pantalones piratas modelo Manu Chao, sus chalecos y sus perillas, son el prototipo humano que más abunda estos días en las calles de la vieja ciudad papal. Pero no el único. También hay padres incautos que han venido con todos los niños a darles un baño de pretendida alta cultura a los vástagos, sin saber en qué infierno se metían. Y muchos, muchísimos aficionados al teatro tirando a maduritos, que aparentan llevar ya varias ediciones a sus espaldas.

Hay una obra en Aviñón para cada uno de ellos, así que ninguno sale decepcionado. Y muchos volverán en año que viene. Ojalá nosotros también.


Fuente: Juan Manuel Bellver (www.elmundo.es)

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