Misterio en Judea


José Sámano atesora una larga y fructífera experiencia en la adaptación de textos narrativos al teatro; sus trabajos sobre libros de Delibes son modélicos al respecto. Ahora vuelve a acertar con su inteligente versión teatral de El Evangelio de Pilatos, una novela del escritor y dramaturgo francés Eric-Emmanuel Schmitt sobre la figura de Cristo vista a través de los ojos del escéptico procurador romano. El texto de Schmitt, editado en España por Edaf en 2001, se abre con un largo monólogo de Jesús, que reflexiona sobre diversas páginas de su vida en la noche de su arresto, y se desarrolla luego por medio de las cartas que Pilatos dirige a su amigo Tito informándole de los sucesos que debe afrontar como máxima autoridad romana en Judea. Por medio de diálogos incluidos en esas cartas, se abre la puerta a distintas voces, la de Claudia Prócula, el filósofo cínico Craterios, José de Arimatea, Herodes, Caifás...

Sámano prescinde del prólogo, que alteraría la concentración escénica, y respeta la estructura epistolar, incluyendo un nuevo personaje teatralmente eficaz, el del escriba Sextus, con quien el procurador comenta diversos aspectos y sirve para dar cierto aire a lo que le dicta. Del resto de los personajes que aparecen en la novela, solo sube al escenario la esposa de Pilatos, Claudia Prócula, convertida al cristianismo –fue canonizada por la iglesia ortodoxa etíope– y que, como amorosa antagonista, opone las certezas de su fe a los argumentos de la razón esgrimidos por el gobernador. La trama de la función se articula en torno a la desaparición del cadáver del Crucificado y las pesquisas de Pilatos para resolver un misterio cuya condición milagrosa se niega a reconocer.

En funciones de director, José Sámano firma, sobre una atractiva escenografía virtual, una puesta en escena limpia, muy cuidadosa en detalles y en mantener un ritmo que no desfallece. Joaquín Kremel, en el papel principal, realiza un trabajo de matizada calidad, rico en gamas e inflexiones; le dan acertada réplica José Luis de Madariaga, un ajustado Sextus, y Julia Torres, que imprime a su Prócula una tonalidad exclamativa muy en péplum de los sesenta.

Fuente: Juan Ignacio García Garzón (www.abc.es)

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