"Me molestan los mercaderes: Jesús los expulsó"



Mario Gas es el flamante director de Follies, el mítico musical de Stephen Sondheim, que se ha puesto por primera vez en pie en España, en el Teatro Español. Un organismo que también rige Gas y que depende del Ayuntamiento de Madrid, una administración que, a pesar de no haber cambiado de gobierno, tan sólo de alcalde (Alberto Ruiz-Gallardón pasó la batuta a Ana Botella, tras ser nombrado ministro), en el territorio del Área de las Artes todo parece como, si tras unas elecciones, se hubiera puesto al frente un partido totalmente distinto.
El propio Mario Gas al ser preguntado por su futuro a corto y medio plazo se limita a contestar: “Mi situación es que soy director de este teatro, que tuve un primer contacto en el delegado de cultura y, de momento, estamos esperando a que nos cuenten más cosas”.
Aunque Gas ha revitalizado con una programación impecable, refrendada y alabada continuamente por la crítica y el público, el Teatro Español y las Naves del Matadero, y casi se podría decir que la vida escénica de la ciudad, afirma que sería pedante decir, en el supuesto de que se tuviera que ir, que ha cumplido todos sus objetivos: “Siempre hay motivos para perfeccionar más las cosas y siempre uno se deja cosas en el tintero”.
Nacido en Montevideo durante una gira de sus padres por Sudamérica, donde su padre, Manuel Gas, estrenaba el repertorio de zarzuela del maestro Pablo Sorozábal y su madre, Ana Cabré, formaba parte de las intérpretes de ballet lírico. Desde los años sesenta Mario Gas formó varios grupos de teatro independiente y universitario, que ayudaron a definir su carrera de actor, director, doblador, gestor cultural y director artístico.
En el último año ha perdido dos vínculos familiares, para él muy sólidos e incuestionables a lo largo de su vida; a su hermano el compositor y músico Manuel Gas y a su madre. Ello ha significado para Gas una inevitable reflexión sobre el paso del tiempo, en lo que ha venido a incidir su último montaje, Follies, en el que se habla de lo que pudo haber sido y no fue y de cómo trata la vida a los que sueñan, y a veces lo logran, con ser grandes estrellas. “Respecto a mi situación personal sólo puedo decir que ahora soy el patriarca de una gran familia, pero también debo señalar que la reflexión sobre el paso del tiempo existe desde que uno es muy joven, hay una noción que se adecúa a las expectativas de cada uno y, lógicamente, con el crecimiento, el desarrollo y el paso del tiempo se hace evidente lo que vas perdiendo; al mismo tiempo que por la experiencia que se va teniendo y la extensitud y la tontería de cosas que vas viendo, uno concluye que es cierto eso de que más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
En cualquier caso Follies ya estaba entre los proyectos acariciados por los hermanos Gas desde hace muchos años. “Este montaje lo he abordado con gran alegría e interés porque me interesa la vida; siempre hablo con los mayores, incluso con los que han desparecido, en diálogos interiores, hablo con aquellos que me han influido y desde luego no me he acercado a Follies con ninguna pesadumbre, sino pensando que hacía lo que tenía que hacer”, y añade, “además se trata de un espectáculo muy interesante, así que todos los lares, males y penates, no han hecho más que sumar energía en lugar de quitarme”.
También debe ser una buena fuente de energía ver como es recibido el espectáculo cada día, con el público puesto en pie, más que aplaudiendo, bramando y vitoreando a los intérpretes entre los cuales se encuentra el propio Gas, bajo su antiguo alias de Gonzalo de Salvador, en el pequeño papel de Dimitri Weisman. Porque lo cierto es que en un momento en el que parece que todo se destruye, o desvirtúa, o se transforma en algo peor, a nuestro alrededor, el teatro parece renacer no sólo de sus permanentes y propias cenizas, sino de otras que estos tiempos están siendo esparcidas sobre una sociedad ahogada en sus propios errores: “El teatro tiene una gran ventaja con respecto a otras formas de expresión y comunicación que pueden colocarse en primera fila, y que hacen que el teatro siempre esté en segundo o tercer plano, ahí agazapado, pero son formas que más o menos van despareciendo o entrando en la obsolescencia. Pero el teatro sigue ahí, porque nos habla de historias sobre nosotros mismos, que las explicamos entre nosotros, la gente se sienta a respirar con gente de carne y hueso y se comunica con los que explican cosas en vivo y en directo, hay una comunión, intercambio de placer, de reflexión y ello en un mundo evidentemente cada vez más aislado, mas despersonalizado, menos solidario, palabra absolutamente pisada, y el teatro se produce en ese mundo ávido de ese calor humano en el que nos arropamos y nos vemos en un espejo, a veces llorando, o con risa, con gestos, con músicas, y ese es el gran aval del teatro, quizá nunca será puntero, porque tiene aforos limitados, una condición de lo efímero muy clara, pero con una vitalidad de hierro indestructible, más allá de triunfalismos”.
Por supuesto que Gas tiene claro que no hay un solo tipo de teatro: “Ni un solo tipo de público, de hecho hay un teatro que no es del que estamos hablando aquí y nace con objetivos muy distintos”. Para él, un objetivo primordial del teatro debe ser el preguntarnos problemas, gozar, solazarnos, emocionarnos, reflexionar, abrirnos las mentes, pasar el rato, combatir el tedio y sentirnos más humanos y más conocedores de nosotros mismos y de la realidad que nos rodea, “algo que es consustancial al ser humano”. Finalmente concluye: “El teatro es una manera antiquísima y enraizadísima de explicarnos a nosotros mismos; estamos en un mundo economicista dominado por una serie de entidades que igual nos llevan a la ruina, pero el amor y el teatro pertenecen a lo íntimo de las colectividades y es una manera de aproximación al ser humano que nos hace ser mejores, aunque al igual que el estudio de las humanidades, del latín o del griego, es un valor de cambio difícil en esta época, pero es fundamental….., siempre me han molestado los mercaderes, en el sentido bíblico del término, por eso Jesús los expulsó del templo”
Lo que está claro es que después de sus más de cien obras puestas en pie, además de su trabajo como actor en decenas de montajes y películas, él ha debido dejar muchas cosas por el camino y, como los personajes de Follies, ha debido perder “muchas plumas” y plantearse lo que quiso ser y no es: “Estoy contento con lo que soy, porque tengo la noción de dedicarme a lo que me gusta, me satisface y creo que soy útil, pero que no se me tome por un absurdo ególatra encantado de conocerse, sino que creo que estoy donde tengo que estar, donde la vida me ha llevado y donde intento ser útil con las virtudes que tenga; por otra parte no soy dado a pensar ‘dónde hubiera llegado de elegir otros caminos’, pero está claro que he perdido plumas por el camino, yo también soñé con que me gustaría cortejar a Kim Novak, ser un gran tenor de ópera o cruzar el océano Pacífico a nado, pero son plumas soñadas…, verdaderamente caídas, si las ha habido y ha ocurrido, me he olvidado”.
En cualquier caso la vida de Gas ha estado llena de audacias y ensoñaciones, como él mismo no oculta, “pero me olvido de esas cosas porque en esta carrera de fondo que es la vida y con nuestra actividad teatral, uno lo que tiene que hacer es mirarse al espejo por las mañanas y reconocerse; con mayor o peor fortuna, me miro y me siento tranquilo, y contento con el cultivo de la amistad, del amor, de mi familia, de la gente que me quiere, de las tribus, que no de los clanes”, comenta el director.
Fuente: Rosana Torres (www.elpais.com)

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