Un salto de 2.500 metros

Si la Biblia hubiera sido interpretada en la cultura poligonera, contada por una chica cualquiera de barrio, podría haber dado lugar a frases como: “Mi nombre es Mónica, más conocida por ustedes, meros mortales, como Santa Mónica. Sí, eso es, SANTA, algo así como: ‘Será mejor que no me toques el coño porque te dejo hecho mierda, porque soy una santa y porque tengo unas santas conexiones de la hostia’. ¿Vale? ¿Estamos? Mucha gente pasa de estar conmigo porque dicen que soy una coñazo… ¡Que les follen! Si no hubiera sido una coñazo nunca hubiera llegado a ser santa, y la Iglesia nunca habría tenido un Padre de la Iglesia llamado san Agustín, porque yo parí a ese hijoputa”.

La que se expresa así es María Morales, en el papel de Santa Mónica, una de las actrices que trabaja en Los últimos días de Judas Iscariote, la función que se presenta ahora en las Naves del Español.
Se trata de un texto del guionista, actor y director Stephen Adly Guirgis, codirector artístico de la New York City’s LABy-rinth Theater Company. Fue dirigido y puesto en escena por primera vez en 2005 en The Public Theater de Nueva York por uno de los grandes actores de nuestro tiempo: Philip Seymour Hoffman (Magnolia,Happiness). Entonces, fue considerada una de las 10 mejores obras del año por la revista Time. Y ahora ha sido fielmente traducida al castellano, por primera vez, por el actor Adán Black, director de este montaje y también director de la sala de teatro madrileña Theater for the People, en el corazón de Malasaña, donde empezó esta cruzada con Judas hace dos años y medio.
El resultado es una lectura bíblica con mucho rock and roll. Imagine un juicio a Judas en el que el alguacil presenta los casos con una guitarra eléctrica versionando a los Stones. Imagine una interpretación del texto sacro tan irreverente como hilarante, que habla del Monte de los Olivos como un restaurante en el que tienen un aceite de oliva espléndido; y que presenta a un Satán que viene de pegarse una fiesta con una resaca de tal calibre que casi no puede aguantar su clase de pilates matutina.
Se trata de una obra que, tras esa fachada canalla, tras ese lenguaje arrabalero de jergas, expresiones e insultos callejeros, plantea una de las grandes preguntas de la humanidad acerca de la existencia de Dios con una estructura similar a la de los diálogos platónicos, en los que Sócrates interpelaba a sus discípulos desarrollando esa técnica dialéctica, pregunta-respuesta, conocida como mayéutica.

Aquí, en lugar de Sócrates, está el juez Littlefield (interpretado por Joaquín Abad), la abogada irlandesa Cunningham (Esther Orteaga) y el fiscal egipcio El Fayoumi (Luis Rallo). Y, en lugar de los discípulos, una serie de testigos que van desde la Madre Teresa de Calcuta (Inma Cuevas) hasta Sigmund Freud (María Morales), pasando por Matías de Galilea (Álex Molero) o Poncio Pilato (Eleazar Ortiz). Y todo ocurre en Esperanza, un distrito de Purgatorio, en lugar de en la antigua Atenas.
La función, con 10 actores y un equipo técnico comprometido hasta el “gratis total”, en palabras de Black, es de las poquísimas —sucedió también con La función por hacer, de Miguel del Arco, que llegó a la sala pequeña— que ha conseguido dar el salto al teatro Español (Naves del Español) gracias al boca a boca del público y de “gentes de la profesión artística”, como el director teatral José Carlos Plaza (“Constituye uno de los mejores momentos teatrales que he tenido la suerte de ver en muchos años”), el actor Miguel Ángel Solá (“Arriesgado, feroz, agrio, divertido”), el director de cine Jaime Chavarri (“En mucho tiempo no he visto en Madrid un espectáculo tan extraordinario”) o la dramaturga Yolanda García Serrano (“Se agradece asistir a una obra donde el texto, los personajes, los actores y la puesta en escena ofrecen una inmersión en la inteligencia del espectador”).
Todos ellos quedaron fascinados ante este montaje surgido de las tripas del llamado teatro alternativo madrileño. “Llegar a Matadero es un sueño y el resultado de un esfuerzo colectivo”, dice el director, Adán Black. “En Estados Unidos te enseñan eso del sueño americano, pero lo que no te enseñan es qué se hace cuando los sueños se hacen realidad”, añade.
Black podría ser el doble de Jack Nicholson cuando este rodó, por ejemplo, El Reportero (de Michelangelo Antonioni) o Alguien voló sobre el nido del cuco (de Milos Forman). Pero en cambio, a sus 40 años, ha sido campeón de España de natación por el Club del Canoe en el estilo de mariposa, tenista profesional en la Nick Bolletieri Tennis Academy de Miami (junto a Andre Agassi y Pete Sampras), aprendiz de actor en distintas academias de Nueva York (su preparador escénico fue Harold Guskin, el mismo que entrenó, por ejemplo, a Kevin Kline, Glenn Close, James Gandolfini o Bridget Fonda) y, finalmente, director y profesor en su propia escuela de Madrid, Theater for the People, que abrió hace 10 años y por la que han pasado actores como Verónica Echegui, Óscar Jaenada, la modelo Martina Klein o Ana Waganer.
Black, nacido en la capital de España e hijo de madre americana y padre español, descubrió en uno de sus viajes a la Gran Manzana el texto de Adly Guirgis: “Flipé tanto que solo podía pensar en que tenía que llevar eso al teatro”. Esto fue hace dos años y medio. Su empeño le llevó a traducir el texto al castellano. Se lo mostró a actores amigos, “que se quedaron pilladísimos con él”, empezaron ensayando algunas escenas ajustando las agendas de unos y otros, y terminaron poniendo en pie la obra completa. La presentaron en su diminuta sala, conocida también como El Laboratorio. Solo tiene 40 sillas y 30 metros cuadrados y la entrada es siempre gratuita.
La vio público y la vieron actores y “gente del gremio”: el actor y director Miguel Angel Solá, el dramaturgo Albert Boadella, el actor Carlos Hipólito, el director de cine Eduardo Chapero Jackson, el guionista Mateo Gil, la actriz Ana Wagner... “Y todos salían de la sala diciendo la misma frase: ‘Esto tiene que verse”, asegura. Así fue como Black se convirtió en una suerte de mesías de su propia causa que, aún siendo Judas, ganaba adeptos por días.
El primer destino de Judas fue la calle. La función arrancaba en la misma plaza de Carlos Cambronero, donde se encuentra la escuela, junto al mítico bar Palentino, con el monólogo de Henrietta, la madre de Judas Iscariote, interpretado también por María Morales. Los actores entraban y salían de escena por las puertas que daban a la plaza, que primero fue escenario y luego backstage.
Y así, a golpe de riñón, con un presupuesto de 10.000 euros, “para comprar los derechos de la obra, algo de vestuario y algunos elementos escénicos”, y valiéndose de amigos (tanto actores como técnicos), Los últimos días de Judas Iscariote tomaba forma y se daba a conocer.
Meses más tarde abría la Feria de Palma del Río, en Córdoba, después de que tres productoras (Zanks, Coral Europa y Mera Producciones) decidieran apostar por el proyecto de un hombre “tan coñazo” como Santa Mónica y con aires de iluminado llamado Adán Black. Y, cuando ya lo daban todo por perdido, cuando la carcoma de la crisis se comía la función, sonó un teléfono: “¡Paco Pena [el director técnico del Español] nos quiere!”. Y allí están todos hasta el 8 de abril. Para ver qué pasa cuando los sueños se hacen realidad.
Fuente: Patricia Ortega Dolz (www.elpais.com)




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