“El actor es también un atleta”

A Carlos Hipólito (Madrid, 1956) se lo imagina uno como un tenista, un jinete o un atleta británico que fuera con una raqueta o una fusta en la mano, golpeándose el pie derecho, vestido con pantalón blanco y con un suéter de pico también de color claro y rayas amarillo pálido.

De esa apariencia que uno se imagina solo hay una realidad: una vez actuó en una obra de William Shakespeare (El sueño de una noche de verano)vestido con un suéter de esas características. “Miguel Narros dirigió el montaje, en el Español, y nos hizo vestir a todos como deportistas británicos”.
Es cierto que parece británico. “María Luisa Merlo me lo dijo un día: ‘Eres el más británico de los actores españoles”. Pero es madrileño, de pura cepa, y es un verdadero extraño en el graderío. De chico fue jinete, y de grande mira embobado el tenis. Pero no tiene nada que ver con el fútbol (o casi nada) ni con otros deportes que precisen de una atención desde la grada. Así que, en casa, es espectador de deportes tranquilos.
También le gusta el atletismo. Le gusta mucho. Admira a los atletas, su preparación, su concentración. “Y como soy actor, me fijo en ellos, como si fuera a componer sus personajes. Me fijo también en las actitudes de los tenistas, qué vida interior, qué decisiones tan rápidas han de tomar, y qué ágiles son”.
Pero vayamos por partes. Carlos Hipólito, cuya voz ahora es también la de un cantante (en Follies, la comedia musical que interpreta en el Teatro Español, dirigido por Mario Gas) y sigue siendo (en la tele) la voz del protagonista de Cuéntame, fue jinete de chico, y lo parece; tiene el cuerpo enjuto, exacto, como si no le sobrara grasa alguna, y sí, se lo puede imaginar uno perfectamente cabalgando, completando, como dice Fernando Savater, un experto, la figura del caballo, o viceversa. “De jovencillo”, dice el actor, “monté mucho a caballo. Mi profesor se llamaba Alfredo, nos llevaba cerca de Televisión Española y allí aprendíamos los fines de semana”.
Pero empezó en el oficio de actuar. “Y había riesgos, que si te caías del caballo, que si te rompías una pierna..., y pudo más el actor que el jinete”. De chico, claro, jugó al deporte más conocido. “Parecía inevitable que me gustara el fútbol: soy el menor de cuatro hermanos, pero ni a ellos ni a mi padre les interesó el fútbol mayormente, de modo que he sido un espectador bastante escéptico por desconocimiento”.
Y si no entiendes el fútbol puede ser el deporte más aburrido de la tierra, o eso piensa la gente que entiende. “Ahora bien, no soy antifútbol ni mucho menos. Sigo algunos partidos, admiro la geometría de la que son capaces algunos futbolistas. Y me entretienen mucho los juegos de estrategia que se advierten en los planos generales de las retransmisiones. Lo ves como si estuvieras ante un futbolín. Me encantan esos dibujos que hacen esquivando a los contrarios para disparar finalmente a portería”.
O sea que entiende más de lo que se imagina... “Pero más allá de los nombres de algunos futbolistas que son conocidos por sus proezas, no me sé la alineación de ningún equipo, ni soy forofo de nada... Me gusta el atletismo, y siempre que hay pruebas de atletismo por televisión me siento fascinado a verlas”.
Es como el trabajo de un actor el trabajo de un atleta. “Es de mucho esfuerzo, obliga siempre a poner el cuerpo a prueba. Me gusta ver a los atletas. Es también por mi trabajo: me gusta estudiar los personajes, y de los atletas me gusta la cara que ponen cuando llegan... El trabajo de actor es un trabajo de atleta. Estás obligado a dosificar energías. Y el trabajo de cantante (y ahora canto) lo es doblemente: tienes que dosificar energías, has de manejar bien el aire, has de cuidar el instrumento de la voz controlando también tu mundo emocional, fundamental en un actor. Y eso también requiere una gimnasia. La gimnasia es dura, pero no se debe notar”.
En eso dice como Azorín: lo que parece fácil es lo difícil de hacer. Él lo dice así. “No debes mostrar nunca el esfuerzo al que te obligas, tienes que hacer fácil lo que haces, pero el esfuerzo del atleta siempre está ahí”.
¿Y el tenis? No sólo por ser “el más británico de los actores españoles”, como le decía María Luisa Merlo. Es, también, porque en este Carlos Hipólito que fue preparado para ser jinete hay una condición innata para ser espectador respetuoso de lo que hacen los otros. “Veo a los tenistas, cómo se comportan, cómo compiten, y me quedo embobado. No practico muy bien ese deporte, que alguna vez quise imitar jugando al pimpón. Pero verlo jugar me hipnotiza. Me gusta observar a los tenistas, uno grita, el otro se concentra... El aspecto humano de los deportes es quizá lo que más me llama la atención como espectador”.
Admira a los ciclistas, “porque ponen a prueba la máquina humana hasta los límites más lejanos”, y fue muy feliz viendo alguna obra de teatro en la que el deporte (el boxeo, sobre todo) era protagonista. Cita, por ejemplo, Esta noche gran velada, de Fermín Cabal, con Jesús Puente y Santiago Ramos, o Urtain, el montaje de Animalario con Andrés Lima a la cabeza...
Lo ves actuar en Follies, donde hace un personaje altanero, cínico, elegante y petimetre, y lo asocias a la sociedad victoriana que se trasplantó a Estados Unidos... Pero no te queda más remedio que asociarlo, también, a los atletas de Carros de fuego, esa película de grandes atletas. “Y fíjate, yo también pienso en ella. ¡Me hubiera encantado hacer de atleta en esa película!”.
Fuente: Juan Cruz (www.elpais.com)

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