No hay teatro pequeño



La situación para el teatro valenciano es difícil, como reconoce todo el mundo. Reducción de contrataciones, demora en la concesión de ayudas, retrasos en los pagos públicos, descenso de las funciones escolares... Sin embargo, Valencia ha visto crecer en los últimos años el número de salas teatrales hasta superar la veintena. Hace unos años apenas había una decena. Ciudades como Marsella, de dimensiones similares a las de Valencia, pueden llegar a tener 40 teatros.
Hoy se contabilizan en la cartelera de la ciudad al menos 24 salas. La Generalitat es titular de tres de las de mayor tamaño (Talía, Principal, Rialto). Dos son de titularidad municipal: el Musical y, con apenas unas semanas de vida, La Rambleta. Una, la Matilde Salvador, es de la Universitat de València. El Teatro Olympia, es la única sala privada de gran tamaño, con más de 1.000 butacas. El resto, es decir, 16, son salas de mediano o, la mayoría, pequeño formato.
“A mí me encanta” exclama José Zamit, gerente de la sala Ultramar. “Es buena señal; que la gente vea que hay teatro, que la sociedad valenciana está viva”. ¿Por qué esta eclosión dada la precariedad de la situación? “Surge en parte de la necesidad de los artistas de buscarse la vida, necesitan abrirse nuevos espacios”, asegura Zamit. Ultramar es la nueva sala que la próxima semana abrirá sus puertas en un céntrico local. Es fruto de la unión de 16 profesionales de distintas compañías (Hongaresa y Atornavía entre ellas) que se han quedado con la antigua Sala Gran Cielo.
Para Jacobo Pallarés, de Teatro de Lo Inestable “el incremento de salas pequeñas se debe un poco a que, dada la morosidad pública, las compañías, que son muchas, no tienen donde representar sus propias obras, por lo que van a las privadas o crean sus propios espacios”. Aurelio Delgado, de Carme Teatre, corrobora este análisis al decir que “tener compañía propia es una ventaja; de hecho la mayoría la tienen, la proporción está en torno a 70/30”. María Ángeles Fayos, presidenta de Avetid (Associació Valenciana d'Empreses de Teatre i Circ), cree que el aumento de salas es “una demostración de energía” y que “hay un sector importante que quiere trabajar en lo suyo, y que no lo puede hacer porque, entre otras cosas, ha bajado la difusión en salas públicas, más grandes”.
Carme Teatre fue una de las primeras compañías en abrir su pequeña sala, con un aforo de 80 espectadores en el centro histórico. “Al principio fue un poco duro, pero la visión del público fue cambiando al ver otro tipo de propuestas, tal vez un público que esperaba una renovación y esa fue la renovación nosotros planteábamos”. El público ha ido a más: “Con varios espectáculos conseguimos llenar todos los días”. Delgado no ve competencia entre las salas: “Cada una va potenciado un público”. Fayos cree que se están creando nuevos públicos.
“En Inestable somos un grupo amplio de creadores, es nuestra fortaleza: autores, directores, actores...”, explica Jacobo Pallarés, justificando la creación de Inestable para “exponer y desarrollar un trabajo propio que no era posible en salas convencionales”. De hecho, parte de su último proyecto se desenvuelve entre la sala de 92 espectadores y el exterior. “Nuestros proyectos distan de lo que es el negocio, vendemos ventiladores en el polo norte”. Una ventaja de los formatos reducidos está clara: “Con nuestro aforo, conseguimos intimidad, proximidad, complicidad, inmediatez, con un determinado público”. La media anual es de 44 espectadores, que es “posible y necesario” incrementar. Los responsables de salas pequeñas, detectan que buena parte de su público procede del mundo teatral.
De unas 100 plazas dispone actualmente La Protectora, una sala alojada en la sede de la sociedad del mismo nombre que se erigió en 1929 y que ahora está en plena remodelación para rehabilitar un teatro de 286 espectadores como una especie de cabaret multidisciplinar con sillas, mesas y espectáculos diversos. Rafa Forner, uno de los actores impulsores de este proyecto enraizado en el barrio de Marxalenes, ve normal “que haya un empuje de salas pequeñas o medianas, porque eso fue el principio, cuando en cada barrio había 2 o 3 salas”.
Es más, el barrio de Russafa llegó a tener 12 salas. “La última llegó a cerrar en el año 73”, señala Joan Carles Garés, uno de los fundadores de la compañía Arden y del Teatre Russafa, que lleva medio año abierto al público. Es un recinto de formato medio, con 174 plazas de las que se ocupan entre 90 y 100 de media, según sus datos. En este tipo de salas, “cuanto más cercano es el trato, más específica la propuesta y más cómodo es para el público, mayor es la garantía de afluencia”, afirma Garés. Al principio, el 70% de los asistentes procedían del barrio, “por la novedad”. Ahora esa proporción es del 50 %.
Jorge Affranchino y Elma Sambeat cerraron Teatre Campanar en 2011. Han renacido como Taller L'Alambre en Pérez Galdós. “Es nuestro lugar de trabajo”, matiza Sambeat. “Mostramos nuestros trabajos y los de compañías afines, tenemos una idea del teatro muy austera”.

Bajo el signo de la diversidad

“Nosotros partimos sin ayudas de ningún tipo”, asume José Zamit, de la sala Ultramar. “Si llegan, bienvenidas sean, pero no contamos con ello, es algo que nos da más independencia”. El colectivo impulsor del proyecto se ha constituido en principio como asociación cultural y su idea es “trabajar desde teatro de texto, con montajes minimalistas y pocos actores”, así como llegar a hacer doble función diaria con dos espectáculos distintos. L'Alambre es también una asociación. La Protectora es una sociedad cultural y los actores son socios. La sala Carolina está asociada a la fundación Carolina Torres. El nuevo Espacio Oxímoron, alojado en el antiguo Teatro Los Manantiales, se define como un club privado, “de uso exclusivo para soci@s e invitados de la Asociación Oxímoron”. Otras, como Carme, Inestable o Russafa, son sociedades limitadas. La diversidad de planteamientos es el signo de las numerosas salas valencianas de formato mediano y pequeño. “Durante mucho tiempo hemos vivido sin ayudas”, recapitula Aurelio Delgado, impulsor del Carme Teatre en 1993. “Pero ahora dependemos de ellas, porque nuestra oferta y espectro se ha ampliado; sin ayudas tendríamos que volver a un planteamiento de mínimos”. De esas ayudas un 20% va a gestión de la sala, el resto a exhibición.
Tener compañía propia tiene ventajas y dependencias. “Estamos contentos por la marcha de la sala en seis meses de funcionamiento, pero nos preocupa el hecho de que una de las fuentes de financiación se ha caido”, se lamenta Joan Carles Garés, en referencia a las giras de la compañía Arden, ligada al Teatre Russafa. “Esa es nuestra autofinanciación”, explica, en buena parte alimentada por cantidades que deben a Arden los ayuntamientos desde el año 2010. “Cuando” tienes tres patas y quitas una, tiemblas”, apostilla Garés.
“De momento, nosotros vamos protegidos”, explica Jacobo Pallarés. Espacio Inestable trabaja con subvenciones y al mismo tiempo participan de un proyecto europeo, Islotes en Red, que les permite una gira española y europea con su nuevo espectáculo. Tienen, además, su propia publicación, Red Escénica. La intención de Ultramar es editar también una revista más adelante.
Algunas salas se dedican fundamentalmente al teatro infantil, como el Teatro La Estrella o El Teatret, otras, como la Sala l’Horta, un referente en la ciudad desde Castellar, lo tienen como parte importante de su programación. La mayoría de las salas imparten cursos y talleres como otra vía de financiación.
Fuente: Juan Manuel Játiva (www.elpais.com)

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