“Siempre llevo una foto de mi abuela a los camerinos”

De niña jugaba a interpretar Romeo y Julieta con su abuela, Irene Gutiérrez Caba, en las escaleras de su casa. Siempre pedía para sí el papel de Julieta. Y todavía recuerda ese largo pasillo de la vivienda familiar en el que navegaban como gondoleros en un imaginario canal de Venecia. Todos disfrazados casi a diario. En ese ambiente creció Irene Escolar, 23 años, la sexta generación de un creativo clan familiar de cómicos. “Todos mis recuerdos infantiles están ligados a los domingos del teatro”, recuerda esta actriz que debutó con 9 años en el Teatro Bellas Artes en el papel de la hija de Mariana Pineda y que, desde entonces, no ha hecho otra cosa que pisar los escenarios cada día con más decisión y seguridad. Esta temporada ha participado en dos grandes proyectos de éxito, Agosto, de Gerardo Vera, y De ratones y hombres, de Miguel del Arco, que estará en el Teatro Español hasta el 17 de mayo para luego salir de gira.


De su abuela, que murió cuando ella tenía 7 años, tiene recuerdos confusos, mezclados con grabaciones reales e historias que le han ido contando. Pero la tiene bien presente a diario. “Pienso mucho en ella. Me gusta que me digan que me parezco a ella, que tenemos la misma voz. A los camerinos siempre llevo una foto de mi abuela”.
Escolar es friolera y, después de pedir una crema de calabacín bien caliente, se cubre las piernas con una chaqueta. Ha elegido el restaurante del Matadero de Madrid sin vacilar. Le gusta ese lugar tan especial —“parece que estamos en Berlín”—, esos cortinones rojos del fondo, todo unido a la posibilidad matinal de pisar una sala de teatro vacía.
Con 18 años intentó entrar en la prestigiosa escuela Juilliard en Nueva York. No la seleccionaron —en aquella convocatoria solo entraron 18 alumnos de los miles de todo el mundo que se presentaron— pero la preparación que realizó, nada menos, que con Nuria Espert fue su gran compensación. “Aprendí más con las pruebas a las que me sometió Nuria, un monólogo sobre Ifigenia, que en cualquier escuela. Esas pruebas además me demostraron que esta profesión es dura y difícil, que nadie te regala nada”. Las clases de voz y su próxima matriculación en Filología inglesa a través de la UNED centran ahora sus anhelos de formación y sus inquietudes, que son muchas, para adquirir cada día más cultura. Sus viajes a Londres para ver teatro son continuos y la lectura de clásicos y modernos no la abandona nunca.
Escolar se ha soltado la melena y cambiado de medias, optando por unas claras, para la foto. No pierde detalle de nada, mientras pica alguna croqueta y un poco de jamón, cortesía de la casa. Parece que lo controla todo, eso sí con dulzura y educación extremas. “Soy desesperadamente responsable”, admite cuando habla de la deuda que siente ante la tradición familiar. “Tengo que estar a la altura. No me puedo ni quiero relajar. Quiero llegar a ser una gran actriz, honesta, trabajadora. Quiero arriesgar con los personajes, conseguir que el público venga al teatro a verme, que les atraiga mi trabajo”.
Rara cosa. Su móvil no ha sonado ni una sola vez. Lo controla hasta la exasperación. “El móvil nos impide mirar a los ojos. Nos perdemos muchas cosas con los mensajes, ese afán extremo de estar siempre comunicado, el correo electrónico. Se aprenden muchas cosas en la calle”. Pues ahí se va a la calle y el autobús.
Fuente: Rocío García (www.elpais.com)

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