Rafael Álvarez, 'El brujo': "A veces me como las uvas del ciego"



Perfil

Tiene 62 años y cuatro hijos, dos de ellos pequeños, con los que pasear " es un regalo impresionante". Hace pilates y nada en verano, pero lo que le encanta es irse a su finca de Extremadura, "donde está el bosque de los pájaros que saludan", y en el que se pasa horas tumbado. Presume de espaguetis a la boloñesa y de arroz, aunque el último lo hizo hace diez años, "para seducir a mi mujer". La seduciría, pero desde entonces cocina ella.

Fuente: Karmentxu Marín (elpais.com)

Usted le da mucho al monólogo. ¿No tiene con quién hablar?
No, es porque estamos en crisis, y la producción de un espectáculo con más gente es mucho más cara.
¿Por qué su último espectáculo, Cómico?
Porque he decidido presentarme ante el público en estado puro: sin escenografía, pero con vestuario, para no infringir las normas de la moral, y llegar a un destilado alquímico total de la esencia de la comedia.
Ha sido Lazarillo de Tormes y Francisco de Asís. ¿Se ve más pícaro o más santo?
Me veo más pícaro.
¿Qué picardías tiene?
La de jugar constantemente con las situaciones que sé que van a provocar una tensión, y a base de humor tratar de eludirla.
¿Sería capaz de comerse las uvas del ciego?
Sí, por supuesto. De hecho, a veces me las como. Soy un cómico superviviente. Llevo cuarenta años haciendo teatro en España, con los concejales de cultura de todos los partidos.
¿Y es también capaz de hablar con los animales, aunque sólo sea para evitarse los monólogos?
Da hecho, les hablo. Tengo un bosque en Extremadura adonde voy de vez en cuando. Los pájaros notan la presencia, y si les hablas, contestan.
Para ver pájaros alrededor no hace falta moverse de donde estamos.
Pero aquí son más pajarracos. Pajarracos y pájaras.
¿El Brujo se lo pusieron en el escenario o en la cama?
Ni en el escenario ni en la cama, en la calle. Un compañero me dijo un día que era un brujo, mis amigos empezaron a llamármelo y me lo puse para el escenario.
Y en la cama, nada.
En la cama sólo me meto más tiempo del necesario cuando tengo gripe.
¿Qué le lleva a afirmar que Rajoy es un enigma cuántico?
Su capacidad para estar en dos posiciones distintas a la vez, y al mismo tiempo en ninguna de ellas.
Dice que en España con Felipe González hubo dos grandes cambios: el AVE y el tamaño de las bragas. ¿Cuál fue más importante?
El tamaño de las bragas, seguro. Sin bragas pequeñas no hubiera habido AVE. La braga pequeña nos hace intrépidos, nos permite asumir nuestro propio yo, salir de la mamá. Braga pequeña como paradigma de mentalidad hacia el progreso. Progreso que tiene también sus jodiendas, porque trae más estrés, más inseguridad psicológica y mucha frustración.
Vamos, que no sabemos a qué braga quedarnos.
Es como el progreso. No sabemos a qué braga quedarnos. Tampoco el Gobierno sabe a qué braga quedarse.
IVA del teatro, 21 por ciento; IVA del fútbol, 10 por ciento. Digale algo al ministro de Hacienda.
Le digo que a mí me daría vergüenza una cosa tan flagrante; que si hay que subir el IVA como necesidad recaudatoria, el fútbol recaudaría más; y que tienen más miedo a Florentino Pérez que a Angela Merkel.
Quedó fascinado por el Evangelio de San Juan. ¿Cuando escucha a Rouco o a Martínez Camino se le baja el soufflé?
A Martínez Camino se le oye más, porque habla más. Pero el soufflé ni se me sube ni se me baja. Amo la figura de Jesucristo, y más con la belleza poética del Evangelio de San Juan.
¿Por qué dejó la prometedora carrera de monaguillo? Podría habernos evitado sus espectáculos.
El público no piensa igual sobre esa perversidad que acaba de decir. De monaguillo cogí el entrenamiento del púlpito para después emplear esa técnica en el escenario con otra finalidad distinta: no para producir miedo, sino para liberar del miedo con la risa.
De niño jugaba a ser obispo, marino mercante o indio. Ande que cabar de actor, pudiendo haber sido jefe sioux...
Bueno, realmente estaba haciendo de actor. Pasaba de Martínez Camino a Águila Roja.
¿Cómo se sobrevive a cinco matrimonios?
Con la esperanza de que pueda haber uno más.
Pensé que por eso iba usted tanto al monasterio de Silos. A darle un descanso al cuerpo.
No sólo al cuerpo, que en definitiva es un bulto. La que trabaja es la mente. Y el corazón.
¿Fue allí donde se le ocurrió su piadosa autodefinición: “Tengo una mala hostia del carajo”?
Pero la conocen solamente mis íntimos, y a veces algún periodista impertinente.
¿Debo de temer algún arranque?
No, no. Sólo varones, porque soy muy caballero.
Confiesa que siempre que se pierde en escena acaba haciendo el Lazarillo. En la vida, ¿se estrella contra el poste o se come la longaniza?
Yo soy más de los que se comen la longaniza, pero en el amor me he estrellado contra el poste.

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