Festivales, llega el tiempo de los héroes



Fuente: Alberto Ojeda (elcultural.es)

La madre de todas las burbujas en España fue la inmobiliaria. Pero no fue la única. Alrededor de ella crecieron una constelación de otras burbujas muy diversas. La de los festivales de teatro, por ejemplo. El panorama ha cambiado radicalmente. Hoy los presupuestos se ajustan al milímetro. Las cifras cantan. Jesús Cimarro se puso al frente del Festival de Mérida en 2012. Natalia Menéndez hizo lo propio con el Festival de Almagro en 2010. El Cultural enciende la grabadora y recoge el testimonio de ambos. Suena muy parecido: deuda astronómica heredada de sus predecesores, recursos enjugados casi a la mitad, esfuerzo titánico para mantener la calidad de las programaciones, vital necesidad de conectar con el público... 

En Almagro a Menéndez le estallaron en la cara los números rojos: “Me dijeron que tendría que manejar una deuda de unos 325.000 euros, pero cuando empezamos a escarbar un poco vimos que en realidad era de 1.345.000 euros”. Le dieron ganas de salir corriendo pero ya se había comprometido. Para reunificar todos los débitos acumulados constituyeron una fundación y cada patrono (Estado, Junta de Castilla la Mancha, Diputación de Ciudad Real y Ayuntamiento de Almagro) pechó con su parte. El presupuesto con el que cuenta en esta edición asciende a 1.312.763 euros, un 5'8 más que en la anterior (1.246.543 euros). Esos fondos, en su gran mayoría, proceden de arcas públicas: el Inaem (508.750 euros / 38'75 % del total), la Junta (270.000 / 20'57%), la Diputación (60.000 / 4,57%)...

También hacen aportaciones entidades como el Instituto Italiano de Cultura (10.000) y el Instituto Francés (3.000). Almagro tiene además concertados acuerdos de patrocinio con más de 30 firmas: Renault, La Caixa... Aun así, en los años inmediatamente anteriores a asumir la dirección Menéndez el dinero de que disponía el festival era casi el doble. “Para equilibrar ese desfase, no hay más remedio que trabajar también el doble. Hemos cerrado además espacios pequeños, como patios privados, o el Palacio de los Fúcares, una sede maravillosa pero que resulta muy cara equipar”.


Casi todo es dinero público, sí, pero hay un detalle que conviene reseñar: para completar ese presupuesto, alrededor de 400.000 euros deben ser recaudados con la venta de entradas. Si no se alcanzan, el festival se asoma al abismo. A su favor tienen el gran tirón popular de Almagro. Según Menéndez, en 2013 pasaron por caja alrededor de 30.000 personas. Ese riesgo es todavía mayor en el caso de Jesús Cimarro. El presidente de Faeteda (patronal de los empresarios escénicos) y director de Pentación Espectáculos se juega un millón de euros en taquilla. La fórmula es sencilla. La cita emeritense cuesta 2'5 millones de euros. El patronato del festival (Inaem, Junta de Extremadura, diputaciones de Badajoz y Cáceres, Ayuntamiento de Mérida y Fundación Caja de Badajoz) pone 1'5 millones y el resto corre de su cuenta. Tiene que colocar mucho papel para que le cuadren las cuentas. Además, de la cantidad que eventualmente supere ese millón, a su empresa le corresponde sólo el 15% y lo demás va para el patronato. 

El aval de las cifras al alza

“No hay trampa ni cartón. Desde luego no es un gran negocio. Cuando me hice cargo, de hecho, estaba muy asustado”, revela Cimarro. Aunque de momento los números le están respaldando. En 2012 obtuvo 196.000 euros de beneficios (18.000 para Pentación), en 2013 se elevó a 452.000 (67.000). Cuando refiere las cifras de público, también saca pecho. En 2012 acudieron 53.392 personas. En 2013, 74.583. Afirma que en 2011, justo antes de su desembarco, fueron 42.581, a pesar de que por entonces el festival gozaba de un presupuesto que oscilaba entre los 3,5 y 4 millones. 

Cimarro tomó las riendas de Mérida tras imponerse en un concurso limitado a tres empresas escénicas. El festival tenía encima una losa de 4 millones de euros de déficit. “Es muy poco presentable que se llegara a esta situación. Yo soy un defensor del modelo mixto de gestión. La programación que configuro como director artístico la debe aprobar el patronato”, señala. Su mayor desvelo es atraer a la máxima gente posible al anfiteatro romano, con un aforo de 3.000 localidades. Es uno de los recintos escénicos más grandes de Europa: con 800 o 1.000 almas dentro su aspecto es desangelado. Hasta la fecha ha dado con la tecla, con montajes producidos por Pentación en exclusiva, coproducciones e importando algunos procedentes de fuera, como La Ilíada del director griego Stathis Livathinos, uno de los reclamos más potentes de esta edición: “Intento fundir comercialidad y la calidad”. 

Entre esos dos criterios se mueve también el Festival de Olite, nacido en 1982, época en la que germinaron múltiples propuestas similares por toda España. Fue en 2000 cuando se orientó en exclusiva al teatro clásico, tras la construcción del Baluarte en Pamplona. Ha tenido también una andadura expuesta a los vaivenes económicos. “Entre 2008 y 2011 el presupuesto estaba entre 650.000 y 750.000 euros. El año pasado tuvimos 300.000 y este 350.000, todo procedente del Gobierno navarro”, comenta a El Cultural Yolanda Osés, su directora. Ese recorte les ha obligado a redimensionar las infraestructuras. Durante la bonanza erigían tres escenarios: uno apoyado sobre el Palacio de los Reyes de Navarra, de 20 metros de ancho por 15 de fondo y con un graderío par 600 espectadores, y otros dos alternativos. “Ahora acoge a 400 y su dimensión es de 15 por 10. Los dos satélites ya los hemos eliminado”, aclara. De todas formas, levantar esta estructura sigue suponiendo alrededor de un 40% del presupuesto total. Pero a pesar de ese encogimiento, Olite presenta un digno cartel en el que conviven Las dos bandoleras, En un lugar del Quijote, Los Mácbez... con otros trabajos de compañías navarras.

Ojalá todos estos escaparates del teatro clásico vayan recuperando poco a poco los recursos de los que se han visto privados. Y ojalá también sus responsables hayan aprendido de esta travesía por la escasez. Para que los festivales del futuro midan con ojo clínico sus gastos y nunca pierdan de vista las inclinaciones del público. Eso sí: sin perder ni altura ni exigencia escénica. 

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