ISLÀNDIA



de LLUÏSA CUNILLÉ
dirección XAVIER ALBERTÍ
intérpretes JORDI ORIOL, PAULA BLANCO, ABEL RODRÍGUEZ, ORIOL GENÍS, JOAN ANGUERA, LURDES BARBA, ALBERT PRAT, JOAN CARRERAS, ALBERT PÉREZ y ÀUREA MÁRQUEZ
duración 2h
fotos MAY CIRCUS
producción TEATRE NACIONAL DE CATALUNYA
SALA PETITA (TNC)

Durante unos años, desayunábamos, comíamos y cenábamos con la crisis. Esa que ahora se nos presenta como terminada (sic) y que Lluïsa Cunillé ha tomado como telón de fondo o punto de partida de esta historia. En ella un chico emprende la búsqueda de su madre, cuál Marco, de su Islandia natal a Nueva York.

Fue en Islandia donde hace más de diez años que estalló la economía y para muchos se hizo añicos sus sueños de grandeza. Pero la historia de este chico parece alejado de los problemas que ocurren a su alrededor, él sólo busca a su madre, y quizás las respuestas que en su corta edad, quince años, nadie le ha dado.

Una estética totalmente neoyorquina, ya que está ambientada en una reproducción de los bajos fondos de la Gran Manzana que lo mismo sirve para representar un metro, que una perrera o incluso la catedral de Saint Patrick. Eso sí, la dureza la crisis se pone de manifiesto en una escena excesivamente fría, donde transitan personajes tan o más gélidos que ella.



La dramaturgia de Lluïsa Cunillé, claramente identificada en las dos primeras escenas y que en las posteriores se queda más difuminada, nos regala en cada personaje un conjunto de perlas, que a modo de titular servirían para describir la obra. Son pequeñas frases que caen en medio del hastío existencial como pequeñas pullas. 

Islàndia es una obra muy coral donde el máximo protagonismo lo tiene Abel Rodríguez que interpreta al chico que busca a su madre. Un actor desconocido proveniente del teatro amateur y al que de momento le cuesta encontrar su ritmo y entonación. Debe ser su corta edad, pero todas sus réplicas suenan igual, sin importar si está contento, triste, preocupado. No hay una profundidad, su personaje es monótono y que esté todo el rato en escena contribuye a que el ritmo general de la obra no sea el adecuado.



Por suerte para el espectador el resto del reparto es de gran altura. Entre ellos destaca con una magistral voz e interpretación de Joan Anguera, que sería capaz de vender humo a cualquiera. De la misma manera que una más que soberbia Lurdes Barba, sin duda su escena es una de las más aplaudidas del montaje. Y una Àurea Márquez que le está cogiendo el gusto a los personajes extravagantes.

Las dos horas de duración son excesivas para el óptimo desarrollo de la acción. Algunos silencios comunican más que algunas réplicas y entre tanto personaje, alguno de ellos del todo prescindible, se pierde la esencia, el porqué de todo junto. Lo que comienza como un viaje de búsqueda, se convierte en un viaje de pérdida de la inocencia ya que como bien afirma el personaje de la mujer mayor (Lurdes Barba), "los justos acaban pagando por los pecadores".


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