LA TRISTEZA DE LOS OGROS



texto y dirección FABRICE MURGIA
adaptación BORJA ORTIZ DE GONDRA
intérpretes OLIVIA DELCÁN, ANDREA DE SAN JUAN y NACHO SÁNCHEZ
duración 1h 10min
fotografías LUZ SORIA
producción TEATRE LLIURE, THÉÂTRE NATIONAL DE WALLONIE-BRUXELLES y TEATROS DEL CANAL / ARTARA
TEATRE LLIURE (GRÀCIA)

Si El mar no hi cap en una capsa de sabates es un viaje de vuelta a la infancia, aquí seguimos en esta etapa, más tendente hacia una adolescencia truncada. Nuestras pesadillas se harán realidad y aunque nuestra adolescencia haya sido una etapa complicada, nada comparado con la que tuvieron los protagonistas de La tristeza de los ogros.

La entrada a la sala es una entrada directa a la pesadilla. La voz principal de la obra nos recibe micrófono en mano sin parar de caminar de cameta en cameta, a un ritmo frenético, con la voz, de manual, a medio camino de entretumba y pesadilla y repitiendo una y otra vez el mismo tiempo. Todo ello bajo un manto espeso de humo. La sensación es terrorífica nada más empezar.

Durante esta ensoñación se vuelve una y otra vez al concepto de matar al padre, que se repetirá una y otra vez a lo largo del montaje. A pesar de la monstruosidad con la que resuenan algunas palabras de la historia de estos dos personajes, un secuestro dilatado en el tiempo y la preparación de una masacre, la inocencia (interrumpida) preside toda la pieza. Ya no sólo por el columpio en uno de los laterales de la escenografía, sino porque los personajes conservan un acento naif



Con una escenografía funcional, nada revolucionaria. Los personajes, Laeticia y Bastián, encerrados en dos especie de peceras mientras que la voz narrativa sigue dando tumbos en modo frenético por el escenario. Proyecciones para dar protagonismo a las dos historias y un espacio sonoro acorde al ambiente de pesadilla.

A las interpretaciones les falta alzar el vuelo. Tanto la de Olivia Declán, Laeticia, como la de Nacho Sánchez, Bastián, no llegan a transmitir la desesperación de uno y otro, parece que han dejado que el personaje pase sin que ni siquiera les toque. Andrea de San Juan consigue imponer su voz y despertar al público del letargo en las escenas en las que no participa. Es la viva imagen de una infancia rota y eterna.



El problema más grande en el que acaba cayendo el montaje es una grave banalización de la historias narradas. Se banaliza la muerte, la violencia y se trivializa en exceso con la vida. Y quizás, los ojos de un espectador más sensible a estos temas, le horrice más este esquema, que las propias palabras y atrocidades narradas. 

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